Sobre las dos de la tarde de la festividad de la Inmaculada Concepción, de este malventurado año de pandemia por coronavirus de 2020, bajo el cuidado de su familia, en el Hospital Público Universitario de la Ribera de Alcira, falleció, después de veinte años de progresivo declive físico y mental, tras el derrame cerebral que padeció en diciembre de 2000, Emilio de la Cruz Aguilar. Durante dichos años, sin embargo, Emilio ha recibido continuos homenajes y reconocimientos públicos. Así, el de su amada Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, que puso su nombre, tras su jubilación en 2006, a un Auditorio, próximo a la Biblioteca, bajo el decanato de José Iturmendi Morales, que concluyó en 2008. O el de la Tuna, con su emocionante nombramiento de presidente de honor de la Tuna España (una asociación universitaria de tunos veteranos de diversas Facultades en múltiples Universidades españolas e iberoamericanas), en abril de 2012. Y el de su tierra natal, la Sierra de Segura, pues, además de Hijo Predilecto de la Villa de Orcera desde 1990, y de contar con un Teatro Municipal, en dicha su villa natal, que también lleva su nombre, cinco meses antes de morir, el martes 7 de julio de 2020, el Diario Jaén le consagró todo un suplemento, de 32 páginas, en el que, bajo el titulo de Reconocimiento a una identidad y una patria: Emilio de la Cruz Aguilar, más de cuarenta colaboradores glosaron su figura y su legado. En palabras del director de dicho periódico, Juan Espejo González -que no dejaba de invocar una de las frases memorables de Emilio, su Ve y entérate-, se quería recordar a quien era “ejemplo de vida y de pensamiento para las generaciones futuras” (p. III).

Ha sido Emilio, por tanto, profeta dúplice, en su tierra y en su Alma Mater Complutensis (Facultad y Tuna de Derecho). Al igual que en su inicial oficio compartido, el periodismo y el humor literario, tempranamente reconocidos con los premios Popular del ya desaparecido diario vespertino Pueblo, tanto en el apartado de humorista en 1974, como de articulista en 1979. Sin olvidar el éxito duradero de su colaboración en la revista Hermano Lobo, desde 1972, cuya celebrada y reconocida sección de Las Cassettes de Mac Macarra contribuyó a crear -se ha dicho- el paradigma léxico de los jóvenes españoles de la generación de los postreros años del Franquismo y de los iniciales de la Transición a la Democracia. También fue articulista en otras revistas y periódicos, como La Codorniz (2ª. Época), Por Favor, Diario 16, Jaén, Sábado Gráfico…

Licenciado en Derecho por la Facultad Complutense en 1958; doctor en 1977, con una tesis sobre El régimen de Montes de Segura (siglos XIII-XIX), dirigida por su maestro Rafael Gibert; profesor Titular del Departamento de Historia del Derecho y de las Instituciones, vicedecano de Extensión Universitaria y Actividades Culturales de su madrileña Facultad de Derecho hasta el mismo día de su jubilación, condecorado con la Cruz distinguida de la Orden de San Raimundo de Peñafort y con la encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio, Emilio de la Cruz ha sido tuno, poeta, músico, periodista, humorista, cronista, ensayista, escritor costumbrista, historiador del derecho pero, sobre todo y por encima de todo, profesor vocacional e investigador entusiasta. Amén de su obra lírica impresa, recogida en Beca Roja (1972; 2ª. ed., 2000) y Borla Roja. Soledades y Compañas (1993), de gran éxito han sido los logros de su faceta de cronista, ensayista, humorista y costumbrista, tanto en castellano clásico como en las diversas jergas o lenguajes de germanía, pretéritas o actuales: por un lado, la trilogía del Libro del Buen Tunar (1968; 2ª. ed., 1994); Chrónicas de la Tuna (1986; 2ª. ed., 1993); Chrónicas Tunantescas segundas (1993); por otro, su Manual del sibarita pobre (1974; 2ª. ed., 1991); las Cancamusas serranas (1991), o El tío Gil y la hermana Donatila (1991).

De su devoción por el magisterio oral, fecundo y vivificante, son testigos las promociones sucesivas de alumnas y alumnos de sus cursos ordinarios y de doctorado, no pocas de las cuales le visitaban en su despacho cuando ya había dejado de darles clase o incluso se habían licenciado. En su pasión indagadora del derecho histórico no se limitaba a la mera veta documental o erudita, extraída de bibliotecas y archivos, que entendía se debía completar con el escrutinio del pretérito arqueológico a la vera de caminos, puentes y cañadas, por ríos y montes, en pos de tradiciones orales, peculiaridades lingüísticas o técnicas del oficios, como las de los hacheros, pineros y pastores trashumantes de su Sierra de Segura. De ahí su afición a la Historia de la Caminería Hispánica: ¿Otra vía romana entre Cástulo y Cartagena? (1990); Vías romanas en la Sierra de Segura (1996); Historia, Geografía y Cartografía (1996).

Tres han sido sus grandes temas de investigación: el régimen municipal, en general y, en particular, el de la villa gienense de Segura de la Sierra y su tierra; la Historia de las Universidades, en general y, en especial, la de la Facultad de Derecho Complutense, y su Tuna; y el Derecho medieval, en general y, en concreto, las Partidas de Alfonso X el Sabio. Aunque toda su obra, incluso la más dispar, se halla engarzada por el hilo de su pasión por la Historia del Derecho, que siempre ha sido su constante punto de partida y de abordaje de las más varias cuestiones. Así, sus libros de Historia y periodismo (1997), sobre La Tuna (1996), o sus muy difundidas Lecciones de Historia de las Universidades (1987); y sus artículos acerca de El tuno, juglar escolar (1984), Los juglares en las “Partidas” (1985), “Arte y teoría de estudiar y enseñar” de Juan Alfonso de Benavente (1982-1983), Ámbito personal de los privilegios escolares de Alonso de Escobar (1983), La Paz en el Derecho Académico (1986), o las Notas de “Ius Academicum” Romano (1988).

En todo caso, la columna vertebral de la labor de Emilio de la Cruz como historiador jurista ha sido la de dar cuenta del régimen iushistórico de su tierra natal, la Sierra de Segura, pero no desde una perspectiva localista, sino general, y comparada. De ahí su atención a una comprensión global de las vicisitudes históricas del régimen jurídico de los Montes en España, que parte de su citada tesis doctoral de 1977, publicada, en versión muy reelaborada, meditada y enriquecida, bajo el título de La destrucción de los montes. (Claves histórico-jurídicas) (1994): Ordenanzas del Común de la Villa de Segura y su Tierra de 1580 (1980), La Provincia Marítima de Segura de la Sierra (1980), Un ensayo de valoración del Derecho Municipal (1985), El Negociado de Maderas de Segura en Sevilla (1987), El Reino Taifa de Segura (1994), o El Fuero de Segura de la Sierra. Una subfamilia del Fuero de Cuenca (1992).

De Roma al Islam andalusí, de la Edad Media alfonsina a la Moderna rural castellana, de los estudiantes residentes en las urbes universitarias a los vagantes escolares por los caminos hispanos, las inquietudes y los saberes emilianos, o emilianenses, han procurado ser universales, mesurados, de juicios equilibrados sin que haya rehuido, no obstante, de la polémica cuando se terciase. Un espíritu el suyo, pues, de naturaleza renacentista, portador de un talante humanista, abierto al mundo y a sus avatares con el auxilio de tres instrumentos intelectuales primordiales: el Derecho, en su dimensión práctica y aplicada; la Lengua, afilada filológicamente, tanto latina como castellana del Siglo de Oro; y la Historia, antigua, medieval, moderna, como un todo comprensivo, de indeseable parcelación o amputación.

JOSÉ MARÍA VALLEJO GARCÍA-HEVIA
Universidad de Castilla-La Mancha